04 de Diciembre de 2017
Pobre Meade: declaró que se siente tranquilo, pues no tiene cadáveres en el clóset. Pero en cuanto sea ungido candidato del Partido Revolucionario Institucional, PRI, habrá adquirido oficialmente miles de ellos, como dice la Biblia, “por añadidura”.
Ya muchos analistas han señalado los casos más famosos de corrupción, abrumadoramente del lado del PRI, incluyendo los del Grupo Atlacomulco, los gobernadores en prisión, investigados o huidos, la Estafa Maestra y los que faltan. No los repetiré.
Pero hay un caso propio del exsecretario de Hacienda que ya he mencionado en este espacio: su empeño para hacer a Paloma Merodio, vicepresidenta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, Inegi, no sólo a sabiendas de que no cumplía ni cumple con los requisitos estipulados por la ley, sino consciente de que se presentaron documentos con información falsa, preparados por el Jurídico de Presidencia con el propósito de engañar y calmar la conciencia de los senadores que votaron a favor. Se trata de una corrupción más perniciosa que si hubiera habido dinero, como en los contratos de Odebrecht. La irresponsabilidad de debilitar a una institución cuya independencia y prestigio han sido resultado de décadas de empeño y compromiso del Estado mexicano. Y está también la corrupción a la que obligó a la maestra Merodio —quién admitió con su silencio que tiene la experiencia y méritos académicos de los que carece— y que ella aceptó por conveniencia o por lealtad o por una combinación de las dos.
Por eso su respuesta a la pregunta: “¿Usted está dispuesto a investigar casos de corrupción de esta administración, involucre a quien involucre?” es relevante y fallida. Meade responde planteando que el combate a la corrupción debe ser institucional y no personal. “Un esquema que funcione para todos, en donde el acceso a la justicia y a la rendición de cuentas sea igual para cualquier funcionario”. Primero, el esquema no es tal, tiene nombre y se llama Sistema Nacional Anticorrupción, SNA. A diferencia del Inegi, el SNA es un sistema que todavía está en construcción, enfrenta numerosos obstáculos, muchos que provienen del partido que lo postulará y de sus nuevos aliados en el Senado. Si no respetó a una institución autónoma y prestigiada como el Inegi, menos se puede esperar de un entramado complejo de leyes e instituciones incompleto y apenas en andamiento.
Ingenuamente podría decirse que por la necesidad de contar con el apoyo de Peña Nieto para ganar la candidatura, primero se identificará con él, pero que después romperá. Pero a diferencia de expresidentes priistas anteriores, el futuro candidato del Partido
Revolucionario Institucional no puede, en términos freudianos, “matar al padre” como sí lo hicieron, Luis Echeverría, José López Portillo, De la Madrid, Salinas y lo intentó Luis Donaldo Colosio.
En la era del PRI como partido casi único, un ritual infaltable era el del aparente o real rompimiento del candidato o del presidente que recién acababa de tomar posesión con el presidente anterior, el que lo había designado por “dedazo”. Se trataba de mantener la magia del cambio, la ilusión de que el voto por el tricolor, realmente daba lugar a un cambio de estrategia gubernamental y que llegarían nuevas caras.
El exsecretario Meade puede encabezar porras para Peña Nieto, como lo hiciera ayer en su registro como precandidato del PRI y replicar lo que hicieran sus antecesores para agradecer el dedazo: Luis Echeverría para Gustavo Díaz Ordaz. López Portillo para Echeverría. De la Madrid para López Portillo. Salinas para De la Madrid y Colosio para Salinas. El ritual que no puede repetir Meade es el del rompimiento, como sí lo hicieron sus antecesores priistas en épocas cuando las principales fuerzas políticas estaban dentro del PRI y el electorado apenas se iniciaba en el voto por la oposición. Hoy hay más votos fuera del PRI que dentro; romper con el juego de impunidad es una amenaza a las reducidas bases del tricolor.
En la elección de 2012, la candidatura del PRI era de oposición y la imagen de Peña Nieto era de renovador, rodeado de un equipo joven y aparentemente calificado, lo que le permitió captar el voto de los desencantados con el gobierno de Calderón y desconfiados de López Obrador. En esta elección la candidatura priista es de continuidad. Difícil que el marketing más sofisticado pueda devolver la confianza en que el tricolor tenga la fuerza y energía internas para mudar de hábitos. Y la fuerza de la sociedad civil la ganará el Frente Ciudadano por México que se distingue desde su formación, su programa y el debate democrático en torno a la elección de su candidato, de dos candidaturas rancias y antiguas, la de Morena y la del PRI. Y nos vemos en twitter: @ceciliasotog y fb.com/ceciliasotog.
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