Ahora que se estudia incluir el Ingreso Básico Universal en la Constitución de la Ciudad de México, les dejo una columna que escribí recientemente sobre el tema:
Tres mil años no pasan en balde: uno de los más trascendentes dictados bíblicos del Génesis: “Creced y multiplicaos, henchid la Tierra y dominadla” ha pasado a ser curiosidad museística mientras enfrentamos las consecuencias catastróficas de ese empeño de ejercer una relación de dominación con la naturaleza. Otro dictado del Génesis: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, también puede pasar a ser parte de la historia.
El mandato del Viejo Testamento tiene como premisa al ser humano marcado por el pecado original. Su castigo es salir del Jardín del Edén en el que podía alimentarse sin trabajar. El trabajo aparece en este relato bíblico como castigo y condena: ganarás el pan con el sudor de tu frente.
La propuesta de un Ingreso Universal Ciudadano le da la vuelta a la ecuación que vincula sustento y trabajo y parte de la premisa de los derechos. Sólo por el hecho de existir como ser humano la sociedad —tu sociedad— te garantiza un ingreso mínimo que permita un arranque y un desarrollo más parejo en la vida. Se trata de un ingreso sin condiciones de ningún tipo y universal, es decir, un ingreso para todos los ciudadanos independientemente de su condición social o económica.
Hay muchas objeciones iniciales a la idea de un ingreso para todos que no pase por la condicionalidad de un empleo. Una muy socorrida, aquella que plantea la aparente injusticia de dar ingresos, también, a los más privilegiados, ya le hemos explorado en México, primero seguros de la incorrecto de esa propuesta y después convencidos de su racionalidad. El subsidio a los adultos mayores iniciado en la Ciudad de México y después generalizado a todo el país primero para los adultos de 70 años y más y ahora a partir de los 65 años es una forma limitada, pero eficiente de ingreso universal. El hecho de que sea para todos y sólo haya que demostrar la edad elimina innumerables trámites que siempre demandan burocracia y se prestan a corrupción. Es fácil de implementar, es accesible y sus beneficios son económicos, pero, sobre todo, dignifican al adulto mayor.
Otra segunda objeción, más fuerte todavía, se refiere al mandato bíblico ya mencionado con el que hemos crecido por generaciones. Quizá no habría problema en aceptar el mandato que vincula ingreso con trabajo, siempre y cuando, efectivamente, hubiera abundante empleo y todo aquel que trabajara recibiera un ingreso suficiente para garantizar una vida digna para su familia. Sucede que no es así: a pesar de que el mexicano trabaja más horas al mes que en otros países no recibe ingresos suficientes para alimentar, cubrir y vestir a su familia y asegurar su vejez. Más de tres millones de trabajadores reciben un salario mínimo de 73 pesos, por debajo del ingreso necesario sólo para alimentar a su familia, calculado por Coneval en 86 pesos.
También, se argumenta que un Ingreso Universal Ciudadano alentaría una cultura de la pereza y disminuiría el porcentaje de personas trabajando. Este argumento es parecido al que planteaba que en programas de transferencias condicionadas como Progresa, Oportunidades y Prospera, las familias tendrían el incentivo de tener más niños para recibir más subsidios. Se trata de prejuicios contra los pobres de este país expresados como argumentos. Todos los estudios que evalúan las más de dos décadas de programas de transferencias condicionadas demuestran que no sólo no ha aumentado la tasa de natalidad en las familias que reciben estos beneficios, sino que también ésta continúa descendiendo.
Lo mismo puede decirse respecto al argumento de que un ingreso recibido mensualmente sin condición alguna fomentaría la pereza y el vagabundeo. Sin duda, habría personas que no trabajarían o que, por lo pronto, dejarían de hacerlo, pero la gran mayoría trabajaría o tendría más libertad para trabajar, emprender o autoemplearse. Estudios que se han realizado en otros países después de dos años de implementarse alguna modalidad de Ingreso Universal muestran que muchos aprovechan el nuevo ingreso para terminar estudios o carreras truncadas, para capacitarse, para iniciar negocios o para trabajar en mejores condiciones.
Como lo documentó recientemente Enrique Del Val en estas páginas, hay más de tres mil programas sociales en el país y la pobreza no disminuye. Una iniciativa de Ingreso Universal podría reducir radicalmente este caos de burocracia y competencia irracional de programas, con un ahorro sustancial para iniciar su implementación en forma escalonada. Antes de preguntarnos si tenemos los suficientes recursos fiscales para una implementación nacional de esta iniciativa, hacen falta estudios y, sobre todo, experimentos locales. En el mundo los hay y muchos tanto en los países desarrollados como en Ontario, Canadá o en Suiza donde tendrán un referéndum el 5 de junio, o en regiones en India, China y países como el nuestro. Empecemos aquí, en Guerrero, por ejemplo.
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