Excélsior 30 agosto 2015
Decir que el Coneval (Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social) le ayudó a Rosario Robles con los resultados sobre la Cruzada Nacional contra el Hambre puede ser un tanto injusto, dado el bien ganado prestigio de esa institución. Pero una vez que se ingresa a la base de datos de la encuesta panel que el Coneval llevó a cabo, comparando unos 400 municipios antes y después de la entrada de la Cruzada, es difícil no concluir que se bajó la vara del rigor al que el Coneval nos tiene acostumbrados. El uso que hizo la ex titular de la Sedesol de las cifras fue simplemente un tema de relaciones públicas.
El resultado más publicitado es el que atañe a la carencia alimentaria. Según los resultados de la evaluación del Coneval, esta carencia descendió en 57 por ciento entre los encuestados. No es intrascendente que casi 6 de cada 10 personas que declaraban tener hambre ahora declaren que ahora no la tienen, especialmente no lo es para esas personas. ¿Pero qué tan riguroso es el resultado de una encuesta sobre la carencia alimenticia que se levanta antes y después de que los pobladores objeto de estudio, coman? Me explico: se ubican los municipios con mayor probable carencia alimenticia y se les encuesta mediante un bien elaborado cuestionario; se ponen comedores, se les llevan insumos, se montan las mesas, los sientan a comer y se les vuelve a encuestar. Vamos, parece una encuesta que mide la capacidad logística y coordinadora de SEDESOL más que la viabilidad y sustentabilidad de una estrategia para atacar las principales carencias de la pobreza extrema.
Por ejemplo, el cuidado cuestionario utilizado por Coneval, cuestionario que se ha venido adoptando a partir de una exitosa experiencia en Estados Unidos, pregunta cosas como las siguientes: ¿Tuvo una comida basada en muy poca variedad de alimentos? ¿Comió menos de lo que debía? ¿Tuvieron que disminuirle la cantidad servida en las comidas? ¿Sintió hambre pero no comió? ¿Se acostó con hambre?
¿Comió una vez al día o dejó de comer todo un día? Aún si niños y adultos contestaban a tres de estas interrogantes que sí, que sí se habían acostado con hambre, que sí comieron menos que lo que debían, que sí tuvieron que disminuirle la cantidad de las comidas, Coneval los quitaba del grupo con carencia alimentaria porque algunas de las otras preguntas ya eran respondidas negativamente.
Ése pudo ser el criterio acordado pero es uno de rigor cuestionable con respecto a la eficiencia del objetivo fundamental de la mencionada estrategia: llevarle alimentos a poblaciones con carencia alimentaria crónica. Lo mismo puede decirse de los resultados sobre la disminución de un 27 por ciento de la carencia de seguridad social: todo parece indicar que esa disminución se explica por un acto burocrático, los inscribieron al Seguro Popular, más que por la comprobación de la eficacia de esa nueva cobertura de salud en cuanto a cercanía y accesibilidad de los servicios, abasto de medicinas, etc.
Ricardo Paes de Barros, uno de los mayores críticos de Hambre Cero, el fracasado programa brasileño en el que se inspiró el equipo de Rosario Robles, plantea que poner el hambre en el centro de un programa es condenarlo al fracaso pues el hambre se comporta como un blanco móvil. No sólo aparece, se agudiza, disminuye y reaparece dependiendo de factores externos como el clima o una crisis económica sino que no tiene una relación directa con la pobreza extrema.
No todos los pobres extremos tienen hambre o carencia alimentaria ni toda la clase media come satisfactoriamente. Un ejemplo muy claro es el caso de la carencia alimentaria en los pobres extremos que en México afecta a una cuarta parte de los pobres extremos que representan el 9.5 por ciento de la población. Sin embargo, len 2006, la desnutrición en la Encuesta sobre Salud Pública afectaba al 15.5 por ciento de la población. Más misterioso es el caso de la anemia, un terco problema que no logramos erradicar y que especialmente en los dos primeros años de vida, afecta de manera permanente las futuras capacidades de los niños. En la encuesta sobre salud 2012 del Instituto Nacional de Salud Pública, INSP, la anemia afecta al 23.3 por ciento de los niños de 12 a 48 meses, cifra muy superior a los niños en pobreza extrema.
Esa disparidad entre pobreza extrema y hambre, entre ingreso y desnutrición ha llevado a fortalecer la leche con hierro y micronutrientes. Pero aún así, aunque tanto la desnutrición como la anemia han disminuido, permanecen tercamente. Un factor es la pobreza y otro lo es… la cultura del maíz. Comemos mucho más maíz que otros pueblos, más de 125 kg por persona anualmente. Y según los especialistas del INSP, el máiz comido en exceso impide la absorción del hierro. De tal manera que la Cruzada Nacional contra el Hambre puede resultar una propuesta mal diseñada sobre un blanco mal definido.
En cuanto a Coneval, lucharemos por su autonomía en la Cámara de Diputados y será mejor de lo muy bueno que ya es. Nos vemos en twitter: @ceciliasotog
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