NAFTA, ¿de verdad se perdieron 700 mil empleos?

21 de Agosto de 2017

El dato duro del agresivo discurso del representante comercial estadunidense, Robert Lighthizer, al iniciar las negociaciones para modernizar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA), fue el de los “700 mil empleos perdidos a causa del NAFTA, pérdidas certificadas por el gobierno americano”. Aunque la cifra ganó titulares, no retumbó en sus centros la tierra ni se desmayó ningún negociador porque era obvio que la cifra a contrastar era que también se habían creado muchos empleos.

Aparentemente, el NAFTA ha dado lugar a un millón 850 mil empleos directos y hasta cinco millones en empleos indirectos: cifra positiva, pero tampoco la gran cosa para 23 años en una economía como la norteamericana, de 130 millones de empleos formales.
Aunque los gobiernos tienen en general sólidos departamentos de estadísticas, no certifican pérdidas o ganancias en empleos. ¿De dónde sacó Lighthizer la cifra “certificada”? El Washington Post del 18 de agosto hace una estupenda investigación al respecto. Como resultado de las negociaciones con sus sindicatos, tanto Estados Unidos como Canadá crearon fondos para fortalecer el seguro de desempleo o para reentrenar o reubicar a trabajadores desplazados por el NAFTA. En el caso de nuestro vecino, se creó un Programa de Ayuda Transicional por Ajustes del NAFTA, con una cofre inicial de 100 millones de dólares. La cifra mencionada por Lighthizer se refiere a 757 mil solicitudes de acceso a estos fondos formuladas por trabajadores aparentemente desplazados por el NAFTA entre 1994 y 2001.

Al investigar más a fondo, el diario estadunidense retrotrae un artículo de The Wall Street Journal de 1997 en el que se entrevista a empresarios cuyos extrabajadores han solicitado acceso al programa mencionado. Hay algunos memorables: cerraron ocho aserraderos y todos los trabajadores recibieron fondos NAFTA, pero los aserraderos cerraron porque, para proteger al búho moteado, nuevas normas ambientales impedían derribar árboles y los aserraderos se quedaron sin madera. La fábrica de las máquinas de escribir Smith Corona cerró en Estados Unidos y se trasladó a Tijuana; sí, pero fue en 1992, dos años antes de que el Tratado entrara en vigor y debido al impacto de importaciones japonesas. Y abundan otros ejemplos de pérdida de empleos sin relación alguna con el NAFTA. Aunque es cierto que sí cerraron empresas o se modificaron empleos, la cifra también refleja la voluntad de empleados del Departamento del Trabajo y de sindicalistas de que no se perdiera ese dinero. Me recuerda las frenéticas compras de fin de año de las dependencias de gobierno en México para no devolver a Hacienda recursos que no se han ejercido: de no hacerlo, el presupuesto del año siguiente vendría más recortado.

Lighthizer utiliza el argumento de la pérdida de empleos para exigir que en las negociaciones se acepte que aumente el contenido regional NAFTA, que actualmente ronda entre 60% y 62.5%, pero que, sobre todo, aumente la proporción norteamericana, es decir, que ese 60% sea mayormente estadunidense. Aunque ha venido mejorando la sofisticación de lo aportado por México, por ejemplo en la industria automotriz, el contenido nacional todavía es raquítico. Paradójicamente, un esquema de mejora salarial en México aumentaría el contenido NAFTA, al encarecer levemente los costos de producción.

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En un sólido estudio de Pro México de 2015 sobre la industria automotriz mexicana, de 111 páginas, se dedican ocho renglones a las percepciones de los trabajadores de esta industria: que son mejores que los salarios promedio de la manufactura, etcétera. Depende de las comparaciones. Sin mencionar el vergonzoso salario mínimo mexicano, sólo superado por esa potencia económica que es Haití, también el salario en la manufactura y particularmente en el sector automotriz es bajo, por lo menos cinco veces más bajo que el de sus colegas en Estados Unidos y Canadá.
Es cierto que el salario cada vez juega un peso menor en los costos de producción de sectores manufactureros sofisticados, como el automotriz. Por ejemplo, el estudio mencionado de Pro México encuentra que México es más barato 12.3% en producción de autopartes, 16.3% en componentes mecánicos, 15.2% en insumos plásticos, cifras que no se comparan al diferencial salarial. Con mayor razón se cae el argumento de que un aumento salarial nos sacaría de competencia. Aumentar la capacidad de consumo de los trabajadores repercutiría inmediatamente en una mejora del mercado interno y en la capacidad de consumo de los trabajadores que, sin duda, incluye bienes norteamericanos. Que desaparezca ya la Comisión Nacional de Salarios Mínimos, ese armatoste retardatario, y se revisen al alza los salarios, antes de que esto sea resultado directo de las negociaciones del NAFTA. Nos vemos en Twitter: @ceciliasotog y fb.com/ceciliasotomx

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