08 de Mayo de 2017
He llegado, estoicamente, al capítulo séptimo del más reciente libro escrito a varias manos, pero firmado por Andrés Manuel López Obrador. Los autores han dedicado los capítulos precedentes para hablar de la corrupción como el peor problema de nuestro país, documentan esta hipótesis con numerosos ejemplos conocidos o no, interesantes o no, bien investigados o no, cuando me topo con la siguiente frase: “No obstante, siendo éste el principal problema del país, por decisión de los potentados el tema no se debate ni aparece en la agenda nacional. Se habla de reformas estructurales, pero este grave asunto no se considera prioritario, ni siquiera es parte del discurso político”. ¿Habré comprado un libro de hace diez años? Verifico rápidamente la fecha de la publicación: 2017.
Tengo que concluir que se trata de un hecho alternativo a la Trump: si no me gusta, no existe. No encuentro en el libro una sola mención a los esfuerzos de la sociedad civil, activistas, académicos y legisladores por crear un Sistema Nacional Anticorrupción, plasmados en las reformas constitucionales y legales de mayo de 2015 y en las batallas por dotar esas reformas de herramientas que le permitan consolidarse. Lo más es una alusión a las “recientes reformas aprobadas como un paquete anticorrupción”.
Durante 2015, más de 630 mil ciudadanos dieron su firma para respaldar la iniciativa ciudadana que dio lugar a la ley conocida como 3de3, aprobada en febrero de 2016. Ellos, las organizaciones civiles y los miles de activistas que se movilizaron para recolectar las firmas, no existieron. ¿La causa? Todos tienen, al menos, un defecto: no los movió la inspiración de un líder, la palabra evangélica que ordenara hacer de la honestidad la nueva cruzada, tampoco representan al “México profundo” mesoamericano que, según él, es inherentemente “decente”. La mayoría de los activistas son, descaradamente, urbanos, horizontales y antiautoridad vertical, los mueve la convicción del poder ciudadano, de los beneficios de la transparencia, son veteranos de las redes, de las experiencias con parlamento abierto, de la transformación —aunque sea momentánea— de los legisladores bajo la presión de la opinión pública. Ellos construyen la opinión pública.
La construcción del Sistema Nacional Anticorrupción parte de una premisa, fruto de pésimas experiencias con los llamados “zares anticorrupción” (o secretarios de la Función Pública) y de la observación de experiencias internacionales exitosas para limitar la acción corrosiva de la corrupción: la clave no está apenas en los individuos ni en la voluntad política del Presidente o de los titulares de algunas dependencias, porque, tanto los individuos como el compromiso de estos con la honestidad es variable y, si creemos en la democracia y en la necesidad de celebrar elecciones, puede depender de los resultados electorales.
Se trata de construir y consolidar un sistema de instituciones interdependientes que puedan reforzarse mutuamente y que vayan construyendo códigos de conducta, mecanismos de prevención, vigilancia y sanción que sean transversales a los tres poderes, a los organismos autónomos y a los poderes federales, subnacionales y municipales. Es un sistema con energía propia: le viene de ordenamientos legales, de la presión de la sociedad civil que contribuyó a su construcción, de la prensa. No debe depender sólo del ejemplo prístino de un aspirante a santo instalado en Los Pinos.
Dice el libro que firma Andrés Manuel López Obrador: “Si el presidente es honesto, ese recto proceder tendrá que ser secundado por los demás servidores públicos”. Y enfatiza: “Reitero: la erradicación de la corrupción depende principalmente de que en esa tarea se involucre la voluntad política y la capacidad de decisión del titular del Ejecutivo y de la autoridad moral de los gobernantes”. No sólo aboga por un combate basado en el voluntarismo, que haría indeseable el cambio de titular del Ejecutivo, sino que parte de la concepción de un sistema estrictamente presidencialista, que ya sólo existe en las ediciones obsoletas de la Constitución de 1917.
Igual que en el combate a la delincuencia, y la corrupción es una modalidad de ésta, el foco no es el individuo, pues todos somos, potencialmente, ángeles o demonios. El éxito deriva de la ecología total que propicie que sean nuestros mejores instintos y principios los que prevalezcan. Se trata de una tarea larga y compleja. Los gobernantes honestos son apenas una variable de la ecuación, incluyendo los que no alteran la verdad. Nos encontramos en Twitter: @ceciliasotog y en fb.com/ceciliasotomx
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