Comparto este artículo de la canadiense Naomi Klein, periodista, investigadora, escritora y reconocida activista. Su texto fue publicado en The New York Times el pasado 16 de noviembre.
Muchas mujeres en el mundo sienten la derrota de Hillary Clinton por Donald J. Trump como una dolorosa regresión no sólo para la democracia, sino para nuestro género.
Los votantes eligieron una bala perdida con cero experiencia de gobierno sobre una mujer serena y supremamente calificada. Muchos han sugerido que la causa de esta injusticia sólo puede ser el sexismo, la prueba de que el techo de cristal que protege las altas esferas del poder no puede ser roto.
La reacción es comprensible. También es errónea e innecesariamente desmoralizante.
Por supuesto, ninguna mujer o ningún candidato no blanco con la falta de experiencia, los arranques de ira, los alardes de asalto sexual o el récord de matrimonios fracasados de Mr. Trump podría haber sido electo. Que Trump lo haya logrado expectorando tan desagradable fealdad sobre las mujeres y las minorías habla de las profundas y persistentes tensiones de misoginia y supremacía blanca en la sociedad estadounidense.
Pero podemos reconocer todo esto y rechazar también la idea de que cualquier mujer que haya llegado tan alto como Hillary Clinton correrá la misma suerte. Sí, ella tiene un currículum chapado en oro que la califica de sobra para ser presidenta. Pero esto omite un hecho importante: virtualmente toda su biografía la hizo singularmente inadecuada para sacar sangre donde Trump era más vulnerable.
Esta elección necesitaba un demócrata que pudiera denunciar una y otra vez la miríada de hipocresías y absurdos en la pretensión de Trump de ser un héroe de la oprimida clase obrera. En los debates, Clinton se anotó puntos cuando expuso la historia de negocios en el extranjero y de evasión fiscal de Trump. Pero para entonces él había pasado todo el verano escarneciendo a su oponente por sus fiestas privadas con oligarcas y describiendo su estilo de vida como totalmente alejado de los estadounidenses comunes (lo que es cierto).
En breve, ella lanzó muchos de los mensajes correctos, pero era la mensajera errónea.
Similarmente, había mucho qué hacer con los escándalos de la Fundación Trump y de la Universidad Trump. Pero la Fundación Clinton y sus complicadas relaciones con corporaciones privadas, gobiernos extranjeros y funcionarios públicos hicieron muy fáciles de revertir los ataques de Clinton.
Nunca sabremos cómo hubieran sido las cosas para una mujer que estuviera fuera de la clase Davos y compitiera contra Trump porque los votantes no tuvieron esa opción.
Y ahí está el récord de Trump con las mujeres: su plática abierta de tocamiento sexual sin consentimiento, su carrera de calificación de cuerpos femeninos como si fueran trozos de carne, su infidelidad y sus matrimonios seriales. Una vez más, todas estas eran debilidades que Clinton estaba en muy débil posición de explotar. No porque sea mujer, sino porque, como Mr. Trump lo expuso de las maneras más públicas y humillantes, Bill Clinton ha sido repetidamente acusado de asalto sexual, y Clinton tiene un récord público de haber trabajado con su marido para desacreditar a sus acusadores.
La conducta de Clinton durante esas crisis personales pueden ser comprensibles, y ella ciertamente no es responsable de las acciones de su marido. Pero queda el hecho de que, sin importar el partido que haya ganado, un hombre mete mano se mudará a la Casa Blanca. ¿El resultado hubiera sido diferente si Trump hubiera enfrentado a una adversaria que se hubiera comprometido creíblemente a que, bajo su responsabilidad, estaríamos libres de esta clase de sórdidos dramas?
He aquí el problema de tomar al sexismo como la explicación definitiva de la derrota de Clinton: deja a su maquinaria y a sus fallidas políticas fuera de foco. Borra el papel jugado por el apetito de pelear guerras sin fin y el confort con los cambios graduales del mercado, sin importar la urgencia de la crisis (desde el cambio climático a la violencia policiaca y la atroz desigualdad). Borra el disgusto con las cómodas relaciones de Clinton con Wall Street y los escombros dejados por acuerdos comerciales benéficos para las corporaciones a expensas de los trabajadores.
En esa versión todo es sobre sexismo. Y esa es la vía para asegurar que los desastrosos resultados del Partido Demócrata en 2016 se repitan ‒sólo la próxima vez, con un hombre encabezando la lista.
Dejar que este tramo de historia permanezca incontestado significa aceptar también una poderosa limitación al pleno potencial de las mujeres estadounidenses de todos los sectores e ideologías. Por ahora, todas las mujeres están siendo bombardeadas con el mensaje de que permanecerán perenemente abajo del más alto de los cielos de cristal, sin importar que esta barrera podría ser significativamente más frágil de lo que parece.
Que Clinton pudo ser derrotada por alguien como Trump es una desgracia. Pero Clinton fue una candidata excesivamente deficiente para que esta desgracia pase a la historia como derrota de su género.
Viene enero, Donald Trump y el Partido Republicano tendrán un gran negocio de poder. No permitamos que manejen el poder que realmente no han ganado: el poder de aplastar la posibilidad de que una mujer idónea pueda un día ser presidenta.
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