Miedo de una mujer presidenta

 

¿Interfirió la misoginia en la destitución de Dilma Rousseff en Brasil? ¿Explican los prejuicios contra las mujeres el inusual rechazo contra la candidatura de Hillary Clinton a la Presidencia de los Estados Unidos? En este ensayo publicado originalmente en The Atlantic Monthly por Peter Beinart en octubre de 2015, se hace una recopilación de diversos estudios sobre el preocupante rechazo a la ambición política en las mujeres, no así cuando los hombres ambicionan ascender políticamente.

La candidatura de Hillary Clinton ha provocado una ola de misoginia que puede perturbar la vida americana en los años por venir.

Por Peter Beinart, The Atlantic, octubre 2016.

Salvo por su género, Hillary Clinton es una candidata presidencial muy convencional. Ella ha estado presente en la vida pública durante décadas. Su retórica es cuidadosamente mesurada; ajusta sus ideas a fin de que reflejen la corriente principal de su partido.

Sin embargo, la reacción a su candidatura no ha sido convencional. Según las encuestas, el porcentaje de estadounidenses que tienen una posición “muy desfavorable” a ella excede con mucho el porcentaje de cualquier otro candidato demócrata desde 1980. La antipatía entre hombres blancos es mucho más inaudita. Según el Instituto Público de Investigación de la Religión, 52 por ciento de los hombres blancos tiene una opinión “muy desfavorable” de ella. Esto es 20 puntos más que el porcentaje de opinión muy desfavorable a Barack Obama en 2012, 32 puntos más que el porcentaje que vio a Obama muy desfavorablemente en 2008 y 28 puntos más que el porcentaje que vio muy desfavorablemente a John Kerry en 2004.

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Esta ardiente hostilidad fue difícil de ignorar en la Convención Nacional Republicana en Cleveland. Dentro del recinto, los delegados repetidamente irrumpían con la consigna “Enciérrenla”. Afuera del recinto los vendedores ofrecían parafernalia de campaña. Me di la vuelta por ahí y tomé nota de la mercancía en exhibición. Aquí una muestra:

Prendedor negro con la leyenda no seas un coño. vota por Trump en 2016. Prendedor rojo y negro con la leyenda Trump 2016: por fin alguien con güevos. Camiseta blanca con la leyenda aplasta a esa perra. Camiseta blanca con la leyenda Hillary mama pero no como Mónica. Prendedor rojo con la leyenda la vida es perra: no votes por una. Prendedor blanco con el dibujo de un chico orinando sobre la palabra Hillary. Camiseta negra con un dibujo de Trump como ciclista y Clinton cayendo de una motocicleta al costado junto con las palabras si puedes leer esto, es que la perra cayó. Camiseta negra con un dibujo de Trump como perro bóxer mandando a Clinton a la lona, donde ella yace cara arriba en camiseta ceñida sin mangas. Prendedor blanco con el anuncio especial Hillary KFC. 2 muslos gordos, 2 pechugas pequeñas … a la izquierda.

El comentario común sobre la candidatura de Clinton ‒que señala sus correos electrónicos, el ataque de Benghazi, sus deficiencias oratorias, sus luchas con la “autenticidad”‒ no explica la intensidad de esta oposición. Pero la literatura académica sobre cómo los hombres reaccionan contra las mujeres que asumen papeles tradicionalmente masculinos sí la explica. Y es muy perturbadora.

En los últimos años, los politólogos han sugerido que la elección de Barack Obama pudo haber dado lugar a una mayor aceptación de la retórica racista entre gente blanca. Algo similar está pasando ahora con el género. La candidatura de Hillary Clinton está provocando la clase de reacción sexista que décadas de investigación han previsto. Si ella llega a ser presidenta, la reacción podría convulsionar la política americana en los años por venir.

Un presagio perturbador viene de Australia y Brasil, donde mujeres líderes han sufrido una reacción brutal.

Para entender esta reacción empecemos con lo que los psicólogos sociales llaman teoría de la “virilidad precaria”. Esta teoría postula que mientras la feminidad es vista típicamente como natural y permanente, la virilidad debe ser “ganada y mantenida”. Debido a que debe ser ganada, también puede ser perdida. Académicos de la Universidad del Sur de Florida y de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign reportan que estudiantes universitarios, al ser interrogados sobre cómo alguien podría perder su virilidad, respondieron que por fracasos sociales como “perder el empleo”. En cambio, cuando les preguntaron cómo alguien podría perder su feminidad, la mayoría respondió con ejemplos de cambios físicos como “operación de cambio de sexo” y “haber sido sometida a histerectomía.”

Entre las mutilaciones que los hombres temen más está la subordinación a la mujer. (Algunas mujeres que se ciñen a los roles de género tradicionales también consideran amenazadora la subordinación del hombre). Este temor no es del todo irracional. Un estudio publicado por el Journal of Experimental Social Psychology en 2011 encontró que los hombres que tienen supervisoras ganan menos y tienen menor prestigio que aquellos cuyos jefes son hombres.

Dadas las inquietudes que provocan las mujeres poderosas, no sorprende que hombres y mujeres las juzguen más duramente que a los hombres poderosos. Un estudio de Victoria L. Brescoll y Tyler G. Okimoto de 2010 encontró que la opinión de la gente sobre un senador estatal ficticio no cambió cuando se les informó que éste era ambicioso. En cambio, cuando se les informó que una senadora estatal ficticia era ambiciosa, hombres y mujeres “manifestaron sentimientos de indignación moral” como desprecio, enojo y disgusto.

Pero mientras hombres y mujeres son a menudo críticos de las mujeres poderosas, los hombres son más propensos a reaccionar ofensivamente. Un estudio publicado el año pasado por investigadores de la Universidad Northwestern del estado de Washington y de la Universidad Bocconi de Italia, reporta que los hombres que negocian con una jefa de contratación de empleo demandan más sueldo que los que negocian con hombres. Otro estudio reciente, este de investigadores de la Universidad del Sur de Florida, mostró que cuando los hombres ven amenazada su identidad de género hacen apuestas más riesgosas. El sentimiento de subordinación a la mujer puede también conducir a los hombres a actuar imprudentemente en su vida privada. De acuerdo con Christin Munsch, de la Universidad de Connecticut, los hombres dependientes económicamente de sus esposas son más proclives a ser infieles.

Las evidencias son peores. En un estudio con varios cientos de personas, Jenniffer Berdahl, de la Universidad de Columbia Británica, encontró que las mujeres que “se apartan de los roles de género tradicionales ‒ocupando puestos de “hombres” o que tienen “personalidad ‘masculina’”‒ son objeto de hostigamiento sexual desproporcionadamente.

Pero el hostigamiento sexual no es solo más probable cuando las mujeres transgreden los roles de género tradicionales. Es más probable cuando los hombres consideran que tales roles son sacrosantos. En otro estudio, investigadores italianos pusieron a estudiantes hombres a colaborar online con un hombre ficticio y una de dos mujeres ficticias. Una de las mujeres dijo que quería ser gerente bancaria “aun si le tomaba más tiempo lejos de su familia” y que se había r a “un sindicato defensor de los derechos de las mujeres.” La segunda mujer dijo que quería ser maestra, lo que ella consideraba “el trabajo ideal para una mujer porque permitía tener suficiente tiempo para la familia y los niños.” Siendo informados los participantes de que estaban participando en una prueba de memoria visual, los investigadores les proporcionaron un conjunto de imágenes para intercambiar, algunas de las cuales eran pornográficas. En cada grupo, el interlocutor ficticio procedió a enviar imágenes pornográficas a la interlocutora ficticia; los investigadores observaron quiénes de los estudiantes hicieron lo mismo y a cuál de las mujeres se dirigieron. Encontraron que la interlocutora feminista recibió la mayor cantidad de imágenes pornográficas y que los estudiantes más proclives a enviarlas eran los que apreciaban más los roles de género tradicionales.

Otros estudios han llegado a conclusiones similares. Dos análisis de Estadísticas de Asesinatos de Estados Unidos, por ejemplo, sugieren que en ciudades del sur del país, donde los hombres tienden a tener actitudes tradicionales de género, la mayor igualdad económica entre hombres y mujeres se correlaciona con mayores tasas de asesinatos de mujeres por hombres. Esta correlación no fue encontrada en lugares con actitudes menos tradicionales.

¿Por qué es relevante esto para Hillary Clinton? Es relevante porque los estadounidenses a quienes ella les disgusta más son aquellos con más temores de mutilación. Según el Instituto Público de Investigación de la Religión, los estadounidenses que están “completamente de acuerdo” en que la sociedad se está volviendo “demasiado suave y femenina” resultan cuatro veces más proclives a tener una opinión “muy desfavorable” de Clinton que aquellos que están “completamente en desacuerdo.” Y el candidato presidencial cuyos apoyadores son más proclives a creer que los Estados Unidos se están feminizando son los de Donald Trump, más que los apoyadores de Ted Cruz por dos dígitos.

La reacción de género contra la candidatura de Clinton puede no derrotarla pero es improbable que aminore si gana. Jennifer Lawless, directora del Instituto Mujeres y Política de la Universidad Americana, me indicó que Clinton ha sido en general más popular cuando deja de buscar un puesto y empieza a ocuparlo. Esto concuerda con la investigación que muestra hostilidad pública hacia las exhibiciones públicas de ambición femenina. Por otro lado, la encuestadora Anna Greenberg nota que Clinton ha sido generalmente más popular cuando se somete a los roles de género tradicionales (trabajando en asuntos de mujeres como primera dama, manteniéndose junto a su esposo en el escándalo de Mónica Lewinsky, sirviendo lealmente a Barack Obama como secretaria de estado) y menos popular cuando los transgrede (encabezando el equipo de salud, sirviendo en el Senado, compitiendo para presidente). No es necesario decir que ser la primera mujer presidenta violaría los roles de género tradicionales.

Otro presagio amenazador viene de Australia y Brasil, donde, recientemente, líderes femeninas pioneras han sufrido reacciones brutales. De hecho, algunas líderes ‒Margaret Thatcher, Ángela Merkel, Indira Gandhi‒ avanzaron pese a la oposición sexista. No obstante, la investigación sugiere que las mujeres tienen menos probabilidades que sus contrapartes masculinos de ser aceptadas como legítimas, problema que infectó a la primer ministra australiana Julia Gillard, quien fue desbancada en 2013 después de solo tres años en el cargo, y a la presidenta brasileña Dilma Rousseff, impugnada a principios de este año por corrupción pese a que sus predecesores masculinos y algunos de sus principales impugnadores han sido quizá peores.

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En vista de que las mujeres en posiciones de poder son consideradas menos legítimas que los hombres en las mismas posiciones, un estudio de Andrea Vial de la Universidad de Yale advierte que la disposición mental de éstas puede asemejarse a la de las “autoridades ilegítimas”. Se desarrolla así un “ciclo retroalimentador”: ante la falta de respeto, el estilo de liderazgo de una mujer puede volverse indeciso o abiertamente agresivo. A su vez, la gente la ataca y ella responde con posiciones más defensivas y claudicantes. En su biografía de Hillary Clinton de 2007, los ex reporteros de The New York Times, Jeff Gerth y Don Van Natta Jr. escriben:

“Algunos de los mayores errores de Hillary empezaron como fallas menores de juicio y exageraciones. Cuando éstos eran aprovechados por sus críticos, Hillary seguía ‒y continúa‒ el mismo patrón: se atrinchera porque teme que admitir un error fortalecerá a sus enemigos.”

Ponerse paranoica es fácil cuando, debido al género, la gente se lanza a intentar doblegarte.

Sería tranquilizador creer que, cualesquiera que sean las tribulaciones que Clinton pueda soportar personalmente, su presidencia disminuiría enormemente el sexismo en la sociedad. Por desgracia, las reacciones contra Obama sugieren que el panorama no es tan sencillo. En 2009, psicólogos de la Universidad de Stanford reportaron que haber apoyado a Obama hacía más probable que los empleadores eligieran a un solicitante blanco frente a uno negro. Un estudio de Nicholas Valentino y Ted Brader de la Universidad de Michigan en 2011 encontró que la elección de Obama persuadió a algunos blancos de que el racismo había declinado, lo que los hizo más críticos de la acción afirmativa. Así, la elección de un presidente negro “tuvo el irónico de Nicholas Valentino con Fabian Neuner y Matthew Vandenbroek sostiene que la presidencia de Obama pudo haber dado a algunos blancos “la licencia moral para expresar actitudes más críticas hacia las minorías”.

Aun sin Clinton, el resentimiento contra el empoderamiento de la mujer representa una fuerza potente. En 2015, la mayoría de los republicanos dijeron al Instituto Público de Investigación de la Religión que “hay más discriminación” contra los hombres blancos que la que se dice “hay contra la mujer.” Esta primavera, 42 por ciento de los estadounidenses dijo creer que los Estados Unidos se han vuelto “demasiado suaves y femeninos”. Imagínese cómo reaccionarán estos estadounidenses ya enervados cuando haya una mujer presidenta. Cuarenta y dos por ciento no es suficiente para ganar la presidencia, pero es suficiente para provocar mucha tormenta política y cultural. Temo que lo que vi en las calles de Cleveland puede ser solo el principio.

El autor es editor colaborador de The Atlantic y profesor titular de periodismo y ciencias políticas de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

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