El ascenso de la mujer deportista moderna

Comparto con ustedes este artículo que originalmente fue publicado en Smithsonian.com

Las mujeres han luchado mucho tiempo contra la presunción de que son más débiles que el hombre, y la batalla no ha terminado aún.

Por Jackie Mansky y Maya Wei-Haas

18 de agosto, 2016

En estos Juegos Olímpicos, más mujeres que nunca han corrido, saltado, nadado, dado saltos mortales, disparado y pedaleado rumbo a la gloria. De los más de once mil atletas que compitieron en Rio de Janeiro este año, 45 por ciento son mujeres. Muchas de ellas ‒Serena Williams, Simone Biles y Katie Ledecky para nombrar unas cuantas‒ se han convertido en nombres familiares. Pero hace 120 años bien pudo haber un aviso de “No se admiten mujeres” pintado a la entrada de los primeros juegos olímpicos modernos realizados en Atenas, Grecia.

En palabras del fundador del movimiento olímpico, el aristócrata francés Barón Pierre de Coubertin, los Juegos fueron creados para “la solemne exaltación periódica del atletismo masculino” con “el aplauso femenino como recompensa.” Que la mujer no debiera competir en los Juegos se explicaba por sí mismo, dijo Coubertin: “como ninguna mujer participó en los juegos olímpicos de la antigüedad, obviamente no había lugar para ellas en los juegos modernos.”

Pero esto no es exacto, la mujer de la Grecia antigua tuvo sus propias competencias, parecidas a los juegos olímpicos. En realidad, la creencia de Coubertin de que la mujer había sido siempre excluida encaja en la teoría entonces predominante de que la mujer (la palabra “mujer” codificada como la mujer blanca de medios económicos) era el sexo débil, incapaz de soportar físicamente las presiones de los deportes competitivos.

Athletics - Olympics: Day 12
RIO DE JANEIRO, BRAZIL – AUGUST 17: Tiffany Porter of Great Britain (C) competes in the Women’s 100m Hurdles Semifinals on Day 12 of the Rio 2016 Olympic Games at the Olympic Stadium on August 17, 2016 in Rio de Janeiro, Brazil. (Photo by Cameron Spencer/Getty Images)

Una declaración reveladora de Coubertin ilustra mejor por qué él pensaba que la mujer no debía participar:

“Es indecente que los espectadores sean expuestos al riesgo de ver el cuerpo de una mujer siendo aplastado ante sus ojos. Además, no importa lo resistente que pueda ser una mujer deportista, su organismo no está hecho para soportar ciertos choques. Sus nervios gobiernan sus músculos, así lo quiso la naturaleza.”

Así como compitió en los tiempos antiguos, la mujer demostraba destrezas físicas muy reales en los tiempos de Coubertin. En los primeros Juegos Olímpicos modernos, una o dos mujeres (los reportes históricos difieren) compitieron informalmente en la prueba más extenuante de todas: la maratón. Pero esto fue mucho tiempo antes de que la sociedad y la ciencia reconocieran que la mujer también pertenecía al mundo deportivo.

El sexo débil

La mujer victoriana ideal era apacible, pasiva y frágil ‒figura inspirada, al menos en parte, en los cuerpos infestados por la tuberculosis. Esos cuerpos pálidos, consuntivos, fueron vinculados a la belleza femenina. El ejercicio y el deporte, al fortalecer los músculos y curtir la piel, contradecían este ideal.

“Frente a los deportes de mujeres siempre ha habido esa crítica y ese temor [de que] si te pones muy muscular parecerás hombre”, dice Jaime Schultz, autor de Qualifying Times: Points of Change in U.S. Women’s Sport.

Para fortalecer estas creencias, la anatomía y el aparato reproductivo femeninos confundieron a los científicos de entonces. Según la historiadora Kathleen E. McCrone, éstos creían que los ovarios y el útero controlaban la salud física y mental de la mujer: “Sin ninguna base científica relacionaban la biología con la conducta”, escribe en su libro Playing the Game: Sport and the Physical. Las mujeres que se comportaban fuera de la norma social eran mantenidas a raya y se les advertía que “el esfuerzo físico de correr, saltar y escalar podía dañar sus órganos reproductivos y volverlas no atractivas para los hombres”, escribe McCrone.

Se creía también que las mujeres tenían una cantidad finita de energía vital. Las actividades como el deporte y la educación superior teóricamente drenaban la energía de su capacidad reproductiva, dice Schultz. El desperdicio de esa fuerza vital significaba que “no podrías tener hijos o que éstos serían inferiores porque no tendrían la energía que necesitaban”, dice.

Una preocupación particular de aquel tiempo era el gasto de energía durante la menstruación. En los 1800 muchos expertos aconsejaban no ejecutar ninguna actividad física durante el sangrado. La “cura de descanso” era una prescripción común, gracias a la cual las mujeres remontaban la ola roja desde los confines de su cama ‒posibilidad no realista, salvo para las más afluentes.

No obstante, fueron mujeres de clase alta quienes impulsaron la inclusión de mujeres en las competencias olímpicas, dice Paula Welch, profesora de historia del deporte de la Universidad de Florida. Al participar en deportes como el tenis y el golf en country clubs, ellas hicieron socialmente aceptables estas actividades. Y justo cuatro años después de los primeros juegos olímpicos modernos, 22 mujeres participaron junto con hombres en competencias de vela, cróquet y ecuestres, y solas en los únicos dos eventos permitidos a mujeres, tenis y golf. Aunque las competencias no eran importantes (y algunas mujeres ni siquiera sabían que estaban compitiendo en juegos olímpicos), la mujer se había integrado oficialmente a los Juegos.

Hockey - Olympics: Day 12
RIO DE JANEIRO, BRAZIL – AUGUST 17: Maartje Paumen Netherlands celebrates during the penalthy shootout during the womens semifinal match between the Netherlands and Germany on Day 12 of the Rio 2016 Olympic Games at the Olympic Hockey Centre on August 17, 2016 in Rio de Janeiro, Brazil. (Photo by Mark Kolbe/Getty Images)

Las mujeres de clase obrera, entre tanto, procuraban otros medios de ejercitarse. La competencia de caminata a grandes distancias, llamada pedestrianismo, causó furor. La gran moda de la bicicleta en los 1890 no solo demostró a las mujeres que podían ser físicamente activas, sino que les permitió gran movilidad, explica Schultz.

Durante este tiempo algunas investigadoras médicas empezaron a cuestionar la idea aceptada de lo que las mujeres eran capaces de hacer. Clelia Duel Mosher, estudiante de 28 años de biología en la Universidad de Wisconsin, inició en 1892 el primer estudio de la sexualidad femenina en los Estados Unidos. Dedicó las siguientes tres décadas a estudiar la fisiología de la mujer para refutar el supuesto de que era más débil que el hombre. Pero su trabajo fue una excepción en la concepción dominante, la cual seguía firmemente anclada en la era victoriana.

El camino a los juegos olímpicos

Nacida en Nantes, Francia, en 1884, Alice Milliat (su verdadero nombre era Alice Joséphine Marie Million) creía que la mujer podía alcanzar mayor igualdad a través del deporte. En 1921, frustrada por la falta de oportunidades para mujeres en los juegos olímpicos, fundó la Federación Deportiva Femenina Internacional (FDFI), que organizó los primeros Juegos Olímpicos de Mujeres, realizados en París en 1922. En estos juegos las mujeres compitieron en pruebas físicamente extenuantes como la carrera de 100 metros y el lanzamiento de bala.

El éxito de Milliat provocó la reacción del establishment atlético, principalmente del Comité Olímpico Internacional (COI) y de la Asociación Internacional de Federaciones Atléticas (AIFA), quienes se irritaron por la independencia de estas mujeres. En 1926 la AIFA logró un acuerdo para que la FDFI siguiera sus reglas y renunciara a su pegadizo nombre. El COI a su vez incorporó las competencias de pista [para mujeres] en los juegos de Amsterdam.

La carrera de 800 metros ‒la más larga permitida a mujeres‒ se convertiría en un punto álgido que resonaría por décadas. Al finalizar la prueba, las competidoras lucían (no sorprendentemente) sudorosas y sin aliento. Los espectadores quedaron horrorizados pese a que los hombres no lucían mejor. La prueba fue percibida como excesiva para ellas. En palabras de un periódico sensacionalista, las competidoras eran “once miserables mujeres”. La reacción logró que esta carrera permaneciera prohibida en los Juegos Olímpicos hasta 1960.

La reacción vino en parte de los entrenadores físicos que creían que las mujeres no podían soportar presiones físicas indebidas. “Cuando las mujeres participaban [en pruebas médicas] generalmente no entrenaban”, dice Welch. “Así que cuando hacían algo que exigía gran esfuerzo ‒después de correr 200 o 300 yardas‒ comenzaban a exhalar rápidamente.” Esto dio lugar a la idea de que la máxima distancia que las mujeres podían correr era alrededor de 200 yardas.

Hacia 1920, a pesar de estas dudas, el 22 por ciento de los colegios y universidades de los Estados Unidos ofrecían programas de atletismo para mujeres. Pero los entrenadores objetaban fuertemente que éstas participaran en los deportes competitivos (que desempeñarían exitosamente en los años treinta), sustituyéndolos con días de juegos y clases de ejercicios. La creencia victoriana de que el ejercicio vigoroso era dañino para la reproducción seguía teniendo eco.

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En la ruta hacia la igualdad    

Hubo excepciones a la narrativa de la corriente principal. Las nadadoras, por ejemplo, hicieron incursiones tempranas. Como no se les podía ver sudar, la natación no parecía ser tan extenuante. Probablemente esto fue lo que permitió que las pruebas acuáticas de mujeres fueran introducidas en los Juegos Olímpicos de 1912. Pero las mujeres tenían que seguir las normas de género prevalecientes para entrenar, puntualiza Welch. Dado que en las playas se requería que las mujeres vistieran medias, las nadadoras de la Asociación de Mujeres Nadadoras tenían que entrenar lejos de los embarcaderos, donde se quitaban las medias y las tendían sobre las rocas. Al finalizar sus prácticas retornaban a las rocas y se ponían sus medias para lucir “presentables” al regresar a la playa.

“Era algo con lo que tenían que cargar”, dice Welch.

Sacudir los prejuicios de lo que las mujeres eran capaces de hacer físicamente tomó muchas formas en los primeros años de los Juegos Olímpicos. Los estilos de atletas como Mildred “Babe” Didrikson Zaharias y Stanislawa Walasiewicz, “Stella Walsh”, sirvieron de inspiración a otras; ambas ganaron medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Los Angeles en 1932.

Pero no fue sino hasta que la Unión Soviética entró a las competencias, después de la guerra, que los obstinados y persistentes estereotipos de la era Victoriana fueron finalmente superados. Como dijo el Secretario del Comité de Cultura Física soviético, Nikolai Romanov:

“…nos vimos obligados a garantizar la victoria, de lo contrario la prensa ‘libre’ burguesa hubiera arrojado lodo contra toda la nación y contra nuestros atletas… a fin de obtener permiso para ir a los juegos tuve que enviar una nota especial a Stalin garantizándole la victoria.”

La presencia dominante de esas mujeres soviéticas, cuyas victorias fueron tantas como las de los hombres, dejó a los Estados Unidos sin más opción que crear su propio campo de mujeres atletas si quería emerger victorioso en el medallero. En los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, el desempeño sobresaliente de Wilma Rudolph, así como de otras de sus colegas de la Universidad Estatal de Tennessee, envió un claro mensaje a casa, justo cuando el movimiento de liberación femenina empezaba a germinar.

A medida que el número de mujeres investigadoras y médicas profesionales creció, la ciencia empezó a ponerse al tanto del creciente campo del atletismo femenino, dice Karen Sutton, cirujana ortopedista de la Universidad de Yale y doctora jefe del equipo United States Women’s Lacrosse. Su investigación sugirió que las mujeres no solo no eran las delicadas damas inermes de la cultura popular, sino que había muchas menos barreras psicológicas de lo que se había pensado entre ellas y los hombres.

“Si hay o no una respuesta femenina al ejercicio mediada solamente por el factor sexual, es algo que no ha sido determinado”, escribió Barbara Drinkwater, pionera en el campo en un estudio de 1973 sobre la respuesta psicológica de la mujer al ejercicio.

Aunque resultó haber diferencias claras en las capacidades máximas de hombres y mujeres, varios estudios de la época documentaron que la aptitud física podía “anular el efecto del sexo”, dijo Drinkwater. Un estudio de 1965 encontró que la capacidad de aspiración de oxígeno ‒medida común de capacidad física‒ de atletas femeninas podía exceder ligeramente la de los hombres sedentarios.

Investigadores de la época empezaron también a disipar los difundidos temores sobre la combinación del ejercicio con la menstruación. Considerada por mucho tiempo como sucia e incapacitante en algunas culturas, la menstruación ha sido históricamente objeto de mitos y desinformación. “Se volvió una justificación para impedir la participación en todo, desde el deporte a la educación y la política”, reporta Schultz en su libro.

En 1964, investigadores monitorearon atletas que compitieron en los Juegos Olímpicos de Tokio y determinaron que la competencia tiene pocos efectos perjudiciales en la menstruación y el embarazo. Sorprendentemente, atletas que tuvieron hijos antes de competir reportaron que “se volvieron más fuertes y lograron más aguante y mejor balance en todo después de parir”, noción respaldada por múltiples estudios posteriores.

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A pesar de estos avances, la investigación sobre las mujeres seguía rezagada. “La cantidad de información disponible para determinar la respuesta psicológica de la mujer al ejercicio es relativamente pequeña en comparación con la disponible sobre hombres”, escribió Drinkwater en 1973.

La aprobación del Capítulo IX de la Ley de Educación de 1972 creó oportunidades para las atletas y los investigadores que las estudiaban. Esta histórica ley estipuló que las mujeres tienen derechos iguales en educación y deporte, marcando así un parteaguas en la historia del atletismo femenino. Antes de esta ley había menos de 30 mil atletas colegialas en los Estados Unidos. En las siguientes cuatro décadas la cantidad aumentó hasta llegar a 190 mil en 2012, según una declaración de prensa de la Casa Blanca. El Capítulo IX es una ley nacional, no internacional. No obstante, como Sutton subraya, la influencia de los Estados Unidos ha tenido impacto global en la participación de las mujeres en los deportes.

El problema con el género

A nivel mundial, las mujeres han pasado de ser excluidas de las competencias a realizar hazañas que parecen sobrehumanas. Pero con estos triunfos vino la reacción. Las mujeres que se desempeñaban “demasiado bien” fueron vistas con sospecha y a menudo fueron obligadas a someterse a pruebas de género, indignidad no impuesta a sus contrapartes masculinas.

Desde principios del siglo 20, el COI y la AIFA han destinado una extraordinaria cantidad de recursos para descubrir a hombres que fingen ser mujeres en competencias. Pero no han encontrado impostor alguno, salvo identificar mujeres intersexuales, quienes demostraron que el género no es tan binario como muchos creían entonces y todavía creen en la actualidad.

Uno de los grandes escándalos de género fue el caso de Heinrich “Dora” Ratjen, que obtuvo el cuarto lugar en salto de altura en los Juegos Olímpicos de 1936. Al nacer, Ratjen fue clasificada como mujer por los doctores, acaso confundidos por una rara cicatriz en sus genitales, corroborada después por exámenes médicos. Así que Ratjen fue educada como mujer aunque despertaba sospechas de que era hombre. No fue sino hasta 1938, cuando un oficial de policía la detuvo en un tren por parecer hombre vestido de mujer, que se vio obligada a dar razón de su identidad de género.

Como se discute más adelante, la influencia de las mujeres soviéticas obligó a los Estados Unidos a elevar su nivel ‒pero esto vino junto con una punzada de prejuicios sobre la apariencia física de las atletas. “El fantasma de aquellas musculosas mujeres de los países de Europa Oriental desanimó a las audiencias estadounidenses”, dice Schultz. (Resultó después que a las atletas soviéticas se les suministraban esteroides anabólicos disfrazados de vitaminas bajo un programa del estado).

En los dos años previos a los Juegos Olímpicos de 1968, los funcionarios empezaron a realizar pruebas de género a las atletas mediante verificaciones degradantes llamadas luego “Desfile de desnudos”. Para apaciguar la ola de protestas contra estas pruebas humillantes, el COI adoptó las pruebas cromosómicas en los Juegos de 1968. Pero éstas resultaron muy poco confiables. “La prueba es tan sensible que las células masculinas en el aire pueden indicar erróneamente que una mujer es hombre”, según un artículo de The New York Times de 1992. Las pruebas resultaron poco claras.

La lista de resultados confusos de las pruebas de cromosomas y hormonas es larga. Ruth Padaver explicó a The New York Times:

“Algunas mujeres intersexuales, por ejemplo, tienen cromosomas XX y ovarios, pero debido a caprichos genéticos nacen con genitales ambiguos, no son ni hombres ni mujeres. Otras tienen cromosomas XY y testículos no descendidos, pero una mutación que afecta una enzima clave las hace parecer mujeres al nacer; son educadas como mujeres pero en la pubertad sus niveles crecientes de testosterona les producen una voz ronca, un clítoris alargado y mayor masa muscular. Otras mujeres intersexuales tienen cromosomas XY y testículos internos pero parecen mujeres a lo largo de sus vidas, desarrollando caderas y pechos redondos porque sus células son insensibles a la testosterona. Ellas, como otras, pueden no saber nunca que su desarrollo sexual fue inusual, a menos que su infertilidad sea probada ‒o compitan en juegos mundiales.”

En medio de quejas de atletas y de la comunidad médica, el COI resolvió cancelar la verificación en 1999. Pero las sospechas de engaño de género surgieron de nuevo cuando Caster Semenya ganó la carrera de 800 metros en el Campeonato Africano Junior de 2009, lo que llevó a las autoridades olímpicas a someter su género a prueba.

Esto condujo a la AIFA a implementar pruebas obligatorias de hiperandrogenismo o alta testosterona en 2011. Las mujeres que dieran positivo tenían dos opciones: renunciar a la competencia o someterse a intervención quirúrgica para reducir sus niveles de testosterona, dice Schultz. Pero siguió siendo poco claro si los niveles de testosterona naturalmente altos dan una verdadera ventaja extra.

Los hombres no son sometidos a ninguna de estas pruebas ‒su rango total de variación genética y biológica es considerado aceptable, añade Schultz. “No decimos que si tu cuerpo produce más células rojas que el hombre promedio es una ventaja injusta”, dice. “Pero sometemos a prueba la testosterona de las mujeres.”

Más allá de los aspectos fisiológicos de las pruebas de género hay un problema social más amplio. “Ellos dicen que ya no hacen pruebas de sexo, pero esto es pura semántica. Sólo están usando hormonas en vez de cromosomas para probar el sexo. Sigue siendo una prueba de sexo”, dice Schultz.

La mujer deportista moderna

A medida que la investigación de la fisiología de las mujeres ha ido avanzando, las atletas han dado saltos gigantescos. El Capítulo IX de la Ley de Educación posibilitó el flujo de recursos necesarios para ellas, entrenadores e investigadores.

De particular importancia ha sido el financiamiento de salones de pesas para mujeres, dice Sutton, iniciativa que fue otra respuesta al régimen de entrenamiento soviético. El levantamiento de pesas, al fortalecer sus cuerpos y evitar heridas, ha permitido que las mujeres entrenen más duro y con más inteligencia.

Los investigadores médicos han determinado que las mujeres están más expuestas a heridas específicas, tales como desgarres del ligamento cruzado anterior, a causa de su anatomía, explica Sutton. Las mujeres no pueden cambiar su estructura ósea pero pueden fortalecer los músculos que la soportan. “Los entrenadores de fortaleza y acondicionamiento no eran considerados tan importantes como ahora; ahora lo son tanto como el nutriólogo”, dice.

Pese a estos avances, las atletas de hoy aún deben batallar con algunos remanentes de la lógica victoriana. Apenas esta semana, la nadadora china Fu Yuanhui, notoriamente apenada, mencionó después de una competencia que estaba en su periodo. Muchos la aplaudieron por hablar libremente de su menstruación en público. Pero el hecho de que esto fuera motivo de encabezados de prensa evidencia el estigma que todavía envuelve al periodo menstrual.

No obstante, a diferencia de 1896, las mujeres son hoy parte integral de la narrativa olímpica, y las mujeres de esta narrativa son más diversas e incluyentes que nunca antes. En los Juegos Olímpicos de 2012, todos los países enviaron por lo menos a una mujer a competir. Aunque muchos países tienen todavía que superar la representación simbólica, queda un largo camino por delante. Justo cuando los Juegos de Rio dirigen su mirada a Tokio, el futuro llama y la llama olímpica brilla.

 

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