IZQUIERDA: SE BUSCAN DEMÓCRATAS
Cecilia Soto
Hay un hilo conductor entre las pérdidas del Partido de la Revolución Democrática, PRD, en las elecciones de junio pasado y las del Partido de los Trabajadores, PT, en Brasil. Aunque difieren en la magnitud de los hechos y la diferencia en magnitud es tan grande que la comparación incurre en cierto abuso, hay un elemento común que vincula esas pérdidas.
Al observar lo que sucede en Brasil, el PRD puede ver en vivo pero a una distancia segura, como en un streaming privilegiado, la debacle de un gobierno y un partido que llevó al extremo el abanico de prácticas políticas que ha abrazado la izquierda. El PRD se ha propuesto cambiar. Tiene que cambiar de vehículo y de piloto pero –a diferencia del gobierno de Brasil– no lo tiene que hacer en movimiento: aunque es gobierno en diversas regiones del país, no está con las responsabilidades del gobierno federal. Puede hacerlo.
En cambio, es muy difícil que el gobierno que encabeza la presidente Rousseff en Brasil sobreviva a la crisis. En los hechos, ya ha perdido las riendas del gobierno y la iniciativa política. Este domingo cientos de miles de brasileños, muchos de ellos ex votantes del PT, tomaron las calles para pedir la caída del gobierno que encabeza el partido de Lula. Quien quiera engañarse puede adoptar la explicación propagandística y fácil de que se trata de una “ofensiva de la derecha” contra el gobierno popular. Brincos diera la casi inexistente derecha brasileña y más específicamente el Partido de la Sociedad Democracia Brasileña, PSDB, de centro, de poder convocar a tantos miles de manifestantes. Sin ignorar maniobras políticas oportunistas que influyen en la gravedad de la crisis, la verdad es que el corazón del descontento está en la calle y no en las cúpulas de partidos, Congreso e incluso el Poder Judicial.
Al igual que en México, la sociedad brasileña era demasiado tolerante con la corrupción. Al igual que aquí se decía “roba pero hace”, “roba pero reparte”. Al igual que aquí se admiraba no tan secretamente “al que sabía hacerla”. Al igual que aquí se descubrían de tanto en tanto fraudes y atracos a los dineros públicos y al igual que aquí, rara vez había castigos ejemplares. Lo esperanzador de las protestas que van y vienen desde junio de hace dos años es el repudio de las nuevas generaciones a la corrupción y a las prácticas políticas que la toleran, un saludable cambio que también viene tomando cuerpo en la sociedad mexicana.
El hilo que va de la crisis del PT brasileño a la de la izquierda en México es el convencimiento arrogante de que los nobles fines de la izquierda: “el bienestar del pueblo”, etc., justifican el abandono de la democracia y la transgresión a las leyes, hasta llegar a la corrupción. No tan en el fondo muchos dirigentes de izquierda practican cotidianamente la tesis de que el fin justifica los medios. En Brasil, la crisis de corrupción que produce un escándalo semanal en torno a Petrobrás, la gran empresa brasileña, ha tenido como motor fundamental el financiamiento de campañas políticas del PT y de sus aliados, una versión macro de los escándalos en torno al financiamiento de la campaña de López Obrador en 2006. Poner a aliados “del proyecto” en los sitios donde pueda ordeñarse el presupuesto público o puedan generarse recursos informales para los nobles fines políticos, es lo que se hizo en Brasil a gran escala y aquí donde se pudo.
No hay mucho que pensarle para lo que es ser de izquierda hoy, en el siglo 21: ser un demócrata sin telarañas. Partidario de la transparencia, de la participación ciudadana en las grandes y pequeñas decisiones que afecten la vida de la nación, de la ciudad, del barrio; de las libertades que empoderen al ciudadano y le permitan decidir cómo vivir su vida, cómo buscar ser feliz. Un demócrata convencido que no encuentra justificable las restricciones de las libertades a los ciudadanos como en Venezuela o en Cuba. Ser de izquierda es buscar el bienestar económico de las mayorías y el florecimiento de la iniciativa de todos: grandes y pequeños empresarios. Es procurar un piso universal de seguridad e ingreso para todos los que nacen y crecen en México que acerque el ideal de una sociedad sin extremos de pobreza y de desigualdad. Ser de izquierda es tratar los dineros públicos con el mayor escrúpulo y honradez.
La extrema desigualdad y pobreza lacerante que viven tantos mexicanos lo dicen claramente: el país necesita un partido de izquierda fuerte y competitivo. El PRD tiene la oportunidad que le dio el castigo en las urnas, las lecciones de Brasil y la voluntad de tantos de sus integrantes que escuché en su pasado Consejo. Que sea en serio. Nos encontramos en Twiter: @ceciliasotog
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