Si el objetivo del discurso de toma de posesión del presidente López Obrador era exhibir como inepto, humillar nacional e internacionalmente y destruir al expresidente Enrique Peña Nieto, hay que reconocer que se trató de un discurso muy bien logrado. Felicidades. Pero si se trataba de delinear los retos y metas de un país rico y pobre, desigual e injusto, potente y prometedor que se adentra en la tercera década del siglo XXI y de compartir con los mexicanos cómo habrá que sortear los peligros de un mundo convulso, el Presidente nos quedó a deber. Reprobado
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