21 de Mayo de 2018
Si como dice el artículo 39 constitucional “la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo”, entonces somos una nación transterritorial, porque aproximadamente 34 millones de personas que, ya sea nacieron en México o son descendientes de mexicanos, residen fuera de lo que describimos geográficamente como territorio nacional.
¿Al cruzar la frontera, dejan de ser mexicanos? ¿Al salir de los 1.9 millones de kilómetros cuadrados, que identificamos en los mapas como México, pierden los derechos que les reconoce la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos? ¿Cuando cruzan el río Bravo o se internan en el desierto de Arizona, cesan las obligaciones del Estado mexicano para con ellos? No, ellos son parte esencial del pueblo mexicano.
Las cifras de la migración desnudan como obsoletas, pequeñas y, sobre todo, inútiles, aquellas nociones de soberanía nacional indefectiblemente vinculadas al territorio. Ahí donde hay un mexicano está una parte de nosotros, cuantimás cuando son decenas de millones de compatriotas. Doce millones de personas nacidas en México viven en Estados Unidos, la mitad indocumentados y en constante riesgo. Otros 12 millones son hijos de mexicanos, y por tanto, jurídicamente compatriotas, y otros 10 millones, migrantes de segunda y tercera generación que se identifican mayoritariamente con el país de sus antepasados. No hay verdadera soberanía si esos mexicanos que viven fuera del territorio no son tomados en cuenta. No hay “defensa de la soberanía nacional” que merezca tal calificativo que aparentemente proteja a México, pero desproteja a nuestros migrantes.
Encuentro inmejorable la definición que hace el investigador del Colegio de la Frontera Norte, doctor Tonatiuh Guillén, de nuestra naturaleza transterritorial:
“La nación es el pueblo, el colectivo de las personas, no el espacio. La nación es un concepto que necesita ser liberado de sus amarres territoriales y límites fronterizos. La nación es un ejercicio social de identidad, incluyendo sus diversidades internas. Se define a sí misma por medio de la identidad reconocida social y culturalmente. El territorio puede ser una circunstancia o condición variable, como muestra la historia de las naciones judía y gitana, entre las más conocidas. Liberada del territorio, la nación es capaz de reconocer a su pueblo y viceversa”. (El Universal, 11/03/2017).
En el caso de la demografía y la migración, la realidad transterritorial, global, es innegable. Pero lo mismo puede decirse en temas fundamentales para el bienestar de los mexicanos: En el cambio climático no hay “autodeterminación” que valga sin colaboración internacional, porque las cuencas atmosféricas no reconocen fronteras. En combate al crimen organizado no hay autodeterminación que nos sirva si no paramos el flujo de armas en la frontera y en los puertos, y si no disminuimos drásticamente el acceso a recursos financieros del que hasta ahora dispone con facilidad el crimen organizado, acciones todas que requieren cooperación internacional.
El reconocimiento de la naturaleza transterritorial de nuestra nación casa perfectamente con el nuevo texto del artículo primero constitucional, reformado a partir de 2011, que reconoce (y no simplemente otorga como en el texto original) a los derechos humanos de “todas las personas” como el norte que debe iluminar las políticas públicas y el criterio de los juzgadores en nuestro país. Bajo esta interpretación, ¿puede México permanecer indiferente al sufrimiento de los venezolanos que día con día viven la erosión de los derechos que algún día tuvieron y que hoy lleva a una catástrofe humanitaria? ¿Podemos invocar la “autodeterminación de los pueblos” para reconocer una farsa de elecciones donde la mayoría de los candidatos de oposición ha sido encarcelada o excluida del proceso electoral y permanece callada? De ninguna manera.
En la actual realidad internacional compleja, cambiante, con un alto potencial bélico, erosión de la democracia, nuevos protagonistas no institucionales impredecibles —como el terrorismo que disputa territorios— y organizaciones no gubernamentales que impulsan agendas vanguardistas, la idea de que “no hay mejor política exterior que una buena política interior” es pacata e impracticable. Se requieren las dos al mismo tiempo: Una política de renovación económica que disminuya las causas de la emigración, al tiempo que practiquemos un multilateralismo activo y audaz que fortalezca el entramado del derecho internacional, potencial y valuable escudo de protección frente a las locuras de Trump. La política exterior ya no es materia sólo del Presidente de la República. Especialmente en el caso de la diplomacia hacia Estados Unidos, los poderes locales, los legisladores y las ONG de ambos lados de la frontera juegan un papel relevante para defender al pueblo transfronterizo. Nos vemos en Twitter para evaluar el segundo debate: @ceciliasotog y fb.com/ceciliasotomx
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