20 de Marzo de 2017
Un episodio vivido y relatado por Tamara De Anda, joven columnista y bloguera feminista, ha resultado un reactivo revelador de la cultura en transición sobre el trato entre hombres y mujeres. Si usted no es afecto a las redes, se lo platico. Tamara caminaba por una calle en la Ciudad de México, cuando un taxista le grita: “Guapaaa”. Con la suerte de encontrar un policía cercano, la joven hace detener al taxista y éste es llevado a un Juzgado Cívico. La autoridad lo encuentra culpable de una falta administrativa y condena al deslenguado a una multa o pasar unas horas en el respetado Torito, donde pernoctó.
Hablo de cultura en transición porque tanto hombres como mujeres exploran los nuevos límites del acercamiento y la seducción. Si bien en la cultura latina los hombres tienen, generalmente, la iniciativa, ésta se redefine continuamente en la medida en que las jóvenes se empoderan y ellos aprenden por las buenas o por las malas los nuevos términos del contrato. El taxista, ignorante de Judith Butler y de Marta Lamas, que nunca jamás ha oído hablar de Debate Feminista, que no quería iniciar un romance y solamente celebraba a una mujer atractiva, es lo de menos. Lo importante es Tamara, que pinta su raya. Se pueden hacer todas las interpretaciones imaginables: que si sólo la miraba como un cuerpo, que si la objetificaba, que si al gritarle la hacía vulnerable, que si marcaba su territorio. Todas estas interpretaciones pueden o no aplicarse; son enteramente subjetivas.
Lo interesante es que el taxista se sintió con el derecho de gritarle “guapaaa” y Tamara con el de no ser “guapeada”. Más aún, ella utilizó una herramienta que data de 2004, pero que escasamente se ha utilizado: el artículo 23 de la Ley de Cultura Cívica que dice: “Son infracciones contra la dignidad de las personas: I. Vejar o maltratar física o verbalmente a cualquier persona”. Aunque, a estas alturas de la vida, esta escribidora agradecería un “guapa” de vez en cuando y de ninguna manera considero el adjetivo una vejación, en el caso de las jóvenes el hábito de acosarlas es tan pervasivo que al taxista le pasó lo que al quiebra ventanas de Nueva York. Acostumbrado a cometer impunemente pequeñas infracciones como quebrar ventanas, depredar carros abandonados, hacer graffitis en zonas prohibidas, etcétera, el mundo se le complicó cuando la policía neoyorquina aplica la tesis desarrollada por George Kelling de no sólo castigar también las pequeñas infracciones sino desarrollar ambientes bien vigilados, iluminados y en los que el ciudadano tenga acceso a la justicia.
La impunidad con la que se molesta a las mujeres funciona de forma doble: el acosador considera que es derecho natural acosar o dirigirse a una mujer y ésta internaliza como natural el ser acosada. Así desarrolla estrategias de sobrevivencia: cambiarse de banqueta, hacer rodeos cuando ve a un grupo de hombres jóvenes, irse al carro de sólo mujeres en el Metro o el Metrobús, ir en grupo para dispersar el efecto del acoso. Tan acostumbradas están las mujeres a ser reconocidas, ya sea de forma galante o soez, por los hombres, que al viajar al extranjero a países no latinos se sienten invisibles. No se me olvida la anécdota de una diplomática mexicana en Londres que contaba que, de tanto en tanto, las mexicanas de la embajada se iban al barrio paquistaní “para sentirse mujeres”.
¿Preferirían las mexicanas sentirse invisibles, que los mexicanos fueran hombres indiferentes al paso de una escoba o de una mujer? No lo sé, pero lo que es claro es que la educación sentimental que rodea a la mujer latina tiene que cambiar. Su foco no puede seguir siendo gustarle a “él”. La mujer Barbie que busca a su Ken y que no se realiza sin ese encuentro. Se siente invisible si no la celebra. Se ofende —y con razón— si el cortejo pasa a acoso. Son nuevas reglas y nuevas herramientas —como los juzgados civiles a los que acudió Tamara— para ampliar el efecto demostración de que se acabó la impunidad.
Dudo que haya alguna joven menor de 25 años que no tenga una triste anécdota de acoso sexual. En una encuesta recogida por El Colegio de México e Inmujeres CDMX, 72% ha declarado que se sienten intimidadas de salir a la calle. Están hartas de cualquier acoso, del galanteo no pedido y del abordaje francamente soez. Una vida libre de violencia, como predica la ley, es el derecho a disfrutar del espacio público sin temor ni estrategias frente al acoso. Nos encontramos en Twitter: @ceciliasotog y en fb.com/ceciliasotomx
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