He seguido el escándalo de #LavaJato en Brasil desde sus inicios. Leo diariamente la prensa brasileña desde hace muchos años y conservo numerosos amigos y contactos en ese gran país en el que fui embajadora de 2001 a 2006. Y el testimonio de Luis Alberto de Meneses Weyll, ejecutivo de Odebrecht en México, sobre cómo presuntamente eligió a Emilio Lozoya en marzo de 2012 para darle 4 millones de dólares porque le parecía un buen prospecto y hasta futuro presidente de México, suena a cuento de Walt Disney. Es una historia que oculta otra, un invento para desviar la atención sobre algo más.
Existe la idea errónea de que por el tamaño de la empresa, soltar US$ 4 o 5 millones a funcionarios corruptos eran cacahuates para la constructora Odebrecht. La empresa privada no funciona así. La famosa oficina de «operaciones estructuradas», la oficina en la que una secretaria de confianza de Marcelo Odebrecht llevaba riguroso record de las cantidades e identidades a quiénes eran entregadas los sobornos (propinas en portugués), demuestra que el dinero era entregado de forma rigurosa y bien pensada y con la aprobación explícita del CEO de la empresa.
El ejecutivo de Odebrecht en México dice: «Me dijo Lozoya que bajo el pretexto de haberme auxiliado en el negocio de Tula, debían pagársele unos US$ 5 millones»(“Disse-me Lozoya que, sob o pretexto de ter me auxiliado no posicionamento de Tula, entendia que era devido um pagamento em seu favor da ordem de US$ 5 milhões» . Perdón, pero no he visto en ninguno d los casos de LavaJato un procedimiento así. El soborno se cobra antes no después, cuando la empresa ya, con «pájaro en mano», no tiene incentivo para pagarlo. Algo no está bien en esa declaración.
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