Por Stephen R Kelly*, publicado por The Washington Post el 28 de agosto de 2015.
En una escena que hubiera provocado palpitaciones cardíacas a Donald Trump, 200 soldados mexicanos enarbolando sus banderas, cruzaron la frontera norteamericana por Laredo, Texas, hace diez años y marcharon sin encontrar oposición por la carretera I-35 hacia San Antonio. Fue la primera vez que un ejército mexicano había llegado a San Antonio desde 1836 cuando el general Santana masacró a los combatientes independentistas cercados en El Álamo.
Sin embargo, en esta ocasión, los soldados mexicanos venían en una misión de ayuda para alimentar a decenas de miles de estadounidenses sin hogar y hambrientos, desplazados por el huracán Katrina. En un campamento que establecieron en una antigua base de la Fuerza Aérea fuera de San Antonio, distribuyeron agua potable, suplementos médicos y 7 mil comidas por día durante las próximas tres semanas.
Si esto no le suena al México del que usted ha estado oyendo últimamente, el México que ha estado abusando de los Estados Unidos, el México que manda a violadores y delincuentes por la frontera, sería importante que supiera de este gesto poco conocido de humanidad de parte de nuestro abusado vecino sureño, ahora que recordamos los diez años del huracán Katrina.
Yo trabajaba como el funcionario segundo en importancia de la Embajada de Estados Unidos en la Ciudad de México cuando Katrina golpeó la costa del Golfo de México. La ruta de la tormenta no representaba peligro alguno para México y en la Embajada seguimos los acontecimientos como la mayoría de expatriados estadounidenses, horrorizados pero a la distancia. No así los mexicanos. Observaban las mismas escenas de cuerpos flotando y esfuerzos mediocres de ayuda en Nuevo Orleans. Mi principal contacto en la Secretaría de Relaciones Exteriores de México me llamó para decir que el Ejército mexicano tenía dos cocinas de campamento que podían alimentar a las víctimas de la tormenta que habían logrado llegar a Texas y la Marina tenía dos barcos que podían colaborar con las labores de limpieza en Nueva Orleans.
Le dije a mi contacto que el ofrecimiento era muy generoso, le comenté que muchos países ya habían ofrecido ayuda y agregué que el Departamento de Estado y la Agencia para el Manejo de Emergencias decidirían cuáles ofrecimientos aceptar. Respondió que ya era tarde para eso. El convoy ya había partido de la Ciudad de México hacia la frontera y los barcos estaban listos para salir de Veracruz. Para poner esto en contexto, es importante tomar en cuenta que los Estados Unidos se imaginan como el país que proporciona la ayuda, como lo habíamos hecho con la Ciudad de México cuando fue devastada por el terremoto de 1985. Pero pocos siquiera imaginaron que México se ofrecería a ayudarnos.
Las siguientes 48 fueron de locura para conseguir que Washington dijera que sí, para conseguir que 200 soldados sin pasaportes o visas pudieran ser admitidos en los Estados Unidos y para reconocer que el Ejército mexicano, tradicionalmente uno de los elementos más nacionalistas y anti estadounidenses en el gobierno mexicano, protagonizaba un gesto extraordinario.
Funcionó. El convoy de 45 vehículos cruzó la frontera por Laredo en el amanecer del 8 de septiembre y llegó a San Antonio en la tarde de ese día. El único fallo técnico había sido que la USDA no permitiría que los mexicanos sirvieran la carne que había llevado porque no podían comprobar que había sido tratada en instalaciones libres de la enfermedad de la vaca loca. Sin alterarse – y sin sentirse insultados—los mexicanos compraron la carne localmente. Para cuando terminó su misión en San Antonio, el 25 de septiembre, los mexicanos habían servido 170 mil comidas, habían ayudado a distribuir más de 184 mil toneladas de ayuda y habían realizado más 500 consultas médicas.
Los marineros mexicanos también colaboraron limpiando ramas de árboles y basura de la tormenta en Biloxi, Texas, donde se tomaron fotos con el Presidente George W. Bush, quien las agradeció la ayuda.
Nadie estaba más sorprendido por esta misión humanitaria que los propios militares mexicanos. Quizá animados por su inesperada muestra de eficiencia y compasión, incluso reconocido por el quisquilloso vecino del norte, el ejército mexicano fue menos defensivo y mostró mayor voluntad de cooperar con su contraparte norteamericano.
Desastres como el del huracán Katrina o el espectáculo de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, muchas veces hacen que se muestre el verdadero carácter de los protagonistas. Los mexicanos probaron que son vecinos con los que podemos contar. Uno solo puede especular cómo hubiera manejado Trump la invasión mexicana si hubiera sido presidente. ¿Hubiera considerado a los soldados sin visa migrantes ilegales? ¿Hubiera mandado estuches anti violación a los hospitales del área de San Antonio?
Debemos intentar responder esas preguntas pronto. Porque la temporada de huracanes se aproxima ya. Y uno nunca sabe cuándo vas a necesitar la ayuda de un vecino cordial y una comida caliente.
** Stephen Kelly, ex diplomático norteamericano, funcionario de la Embajada de los Estados Unidos en México de 2004 a 2006. Actualmente es profesor de la Escuela de Política Pública Sanford en la Universidad de Duke.
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